En cuanto el diente de mi hijo se empezó a aflojar
me entró la duda: ¿cuánto se estará cotizando un diente, hoy en día, para el
Ratón Pérez?
Lo primero que hice, como todo padre moderno y
responsable, fue tratar de hacerme el otario y pasarle el fardo a mi mujer. “Encargate
vos, reina. El instinto materno no te va a fallar” le sugerí. “Yo me encargo
del diente y vos planchas las camisas del colegio, ¿te parece bien?”, me
retrucó. Maldito avance feminista.
Lo segundo que cualquier papá modélico haría es
consultar con un especialista: google. Las respuestas más aproximadas estaban
en dólares, euros y hablaban del Hada de los Dientes y no sé que otras
divinidades paganas.
Finalmente recurrí a la sabiduría tradicional, al
barrio, los amigos. “Es una buena oportunidad para que el pibe vaya tomando
noción del valor del dinero, del intercambio comercial”, me explicó un compadre
economista. “Yo, cuando a mi nena se le cayó una paleta, le bajé diez mangos
porque la pieza dental estaba sucia. Ahora la piba se cepilla los dientes que
parece una psicópata”, completó mi amigo. Cuando lo apuré para que me tirara
números, cifras exactas, se hizo el boludo… que la inflación, que depende la
situación de cada uno, que los bonos de YPF y la mar en coche… sospecho que, al
fin y al cabo, quería cobrarme una consulta profesional.
Finalmente llegó la caída del diente y yo, en
pelotas. Decidí, de una vez por todas,
encarar el problema. “¿Cuánto crees que te va a traer el Ratón Pérez?”,
pregunté a mi hijo, tratando de sonar despreocupado. “Viejo, no seas roñoso, menos
de un cincuenta ni se te ocurra, o le digo a la vieja que tomás agua del pico.”
Los chicos de hoy, vienen demasiado informados.
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