“¿Podés traer helado de postre?”, preguntó, mi
madre, sabiendo que no podría decir que no. En ese preciso instante lamenté
haberme ofrecido a llevar algo a la reunión familiar. Podría haberme hecho el
boludo, llevar un vinito, una caja de alfajores para el café o, directamente,
nada. Pero no, los machos somos así, lanzados.
Ni
siquiera se puede pedir ayuda a los empleados de la heladería, quienes si, por
ejemplo, les decís que te recomienden un gusto te dan el que menos se vende o
uno vencido. “A los pibes les encanta la
crema Moca”, “¿Van a ser seis personas? Seis kilos de helado, fiera. Es
preferible que sobre y no que falte.”
Debe haber
pocas situaciones más estresantes que llevar helado a una reunión. Son
demasiadas las variables y siempre, inevitablemente, alguno se va a quejar… “Compraste en Fredo, a mi me gusta más Volta”,
“¡¿Cuánto te cobraron?! ¡Te cagaron! Yo tenía descuentos con la tarjeta y un
cupón del super…” “¿No te pusieron hielo seco? Está todo derretido…” “¿Te
pusieron hielo seco? Está durísimo, no se puede ni servir…”…
Como
conclusión, para no estresarme más cuando me toca llevar el helado, he optado
por una solución a lo Mark Zuckerberg (el de facebook), que siempre viste una
remera gris para no tener que estar pensando en cosas frívolas y perder tiempo:
FRUTILLA, CHOCOLATE Y DULCE DE LECHE.
Clásicos son clásicos y, al que no le gusta, puede hacer delivery.
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