Todos tenemos costumbres, heredadas o inculcadas por nuestros padres, que con el tiempo nos damos cuenta que, si bien son sumamente útiles, no son bien recibidas por el resto de la sociedad. Manías o caprichos que arrastramos desde tiempo atrás, a veces anacrónicas y fuera de moda. Sin ir más lejos, mucha gente sigue usando pañuelos de tela (prolijamente planchados), y cada vez que los despliegan buscando un milímietro cuadrado de superficie limpia para sonarse la nariz son mirados despectivamente. La persona que utiliza descartables, por el contrario, es aceptada con beneplácito. No es mi intención hacer un tratado psicológico de porque se rechaza a uno y no al otro, pensándolo así, rápido, me surge que llevar pañuelitos de papel es un gesto de generosidad, se puede compartir, a nadie se le niega uno. Inclusive, podemos rifarlos o tirarlos a la marchanta. Si lo pensamos desde un punto de vista higiénico, el de tela es como cargar todo el día con los mocos, llevarlos de acá para allá.
Pero el caso que me preocupa, el talco en los pies tiene menos aristas, no hay alternativa, es tener o no tener olor a pata. Yo uso “talquito” como me ha cargado con malicia algún viejo compañero de vestuario, insinuando cierta falta de hombría. Si uno se saca los zapatos en el laburo, para airear un poco, y las mujeres divisan las medias blancas inmediatamente transforman sus rostros. El horror las invade, tal vez por eso los fantasmas siempre son blancos, están llenos de talco. Nos pueden ver sacándonos un moco, limpiándonos las uñas con un mondadientes, hurgándonos la oreja con una birome y nada, pero ¡¡¡qué nadie vea que usas polvo desodorante en los pies!!!
De tanto cambiar pañales he desbloqueado en mi mente un recuerdo sombrío, desagradable y lejano. En mis épocas de infante en el club, nos reíamos con cierta repugnancia, de los ancianos que, sin ningún pudor, se entalcaban las partes, colgajos maltrechos y chamuscados a esa altura de la vida. ¿Por qué será que en la etapa más productiva de nuestras vidas eliminamos esa sana práctica de frescura genital reservada solo para bebés y viejos? ¿Faltará el toque marketinero? Tal vez si alguna empresa le propusiera a Beckham o Messi, hacer una propaganda con slip y la entrepierna con polvo blanco romperíamos los prejuicios.
Ya lo dijo el general: “La mujer coqueta debe usar siempre tacos, y el hombre que la acompaña talcos.”
Pero el caso que me preocupa, el talco en los pies tiene menos aristas, no hay alternativa, es tener o no tener olor a pata. Yo uso “talquito” como me ha cargado con malicia algún viejo compañero de vestuario, insinuando cierta falta de hombría. Si uno se saca los zapatos en el laburo, para airear un poco, y las mujeres divisan las medias blancas inmediatamente transforman sus rostros. El horror las invade, tal vez por eso los fantasmas siempre son blancos, están llenos de talco. Nos pueden ver sacándonos un moco, limpiándonos las uñas con un mondadientes, hurgándonos la oreja con una birome y nada, pero ¡¡¡qué nadie vea que usas polvo desodorante en los pies!!!
De tanto cambiar pañales he desbloqueado en mi mente un recuerdo sombrío, desagradable y lejano. En mis épocas de infante en el club, nos reíamos con cierta repugnancia, de los ancianos que, sin ningún pudor, se entalcaban las partes, colgajos maltrechos y chamuscados a esa altura de la vida. ¿Por qué será que en la etapa más productiva de nuestras vidas eliminamos esa sana práctica de frescura genital reservada solo para bebés y viejos? ¿Faltará el toque marketinero? Tal vez si alguna empresa le propusiera a Beckham o Messi, hacer una propaganda con slip y la entrepierna con polvo blanco romperíamos los prejuicios.
Ya lo dijo el general: “La mujer coqueta debe usar siempre tacos, y el hombre que la acompaña talcos.”
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