¿Por qué las peluquerías de mujeres son unisex y las de hombres no?Por Ignacio Lafferriere
Debo confesarlo, si bien soy (o trato de ser) un padre moderno, de 35 años, que tiene mucha actividad y duerme poco, hay cosas en las cuales me considero tradicional. Tal vez, algo retrogrado. Por nada del mundo me cortaría el pelo en una peluquería unisex. Es una convicción irrenunciable. No pasa por sentirme o no afeminado, es una cuestión de principios, de mantener ciertos lugares sagrados, inmaculados. Acaso, ¿se puede charlar de fútbol en una peluquería unisex?
Las peluquerías de hombres, que lamentablemente escasean, son reductos de masculinidad, donde todavía uno tiene un tachito para salivar, acomodarse los genitales sin temor a miradas reprobatorias y sobretodo, hablar cosas de hombres, en lenguaje adecuado. Putear sin tapujos en un confortable ambiente con olor a huevo. Recomiendo ver “Gran Torino”, peliculón de Clint Eastwood con una escena que describe, tal cual, lo que debería ser una barbería masculina. Las sillas de cuero raídas, tijeras oxidadas, espejos sucios y batas blancas acartonadas. Nada de lavarse la cabeza o hacerse las uñas, agua con un rociador y tres tipos de corte: media americana, a la romana o maquinita. He visto, y disfrutado, cuando un adolescente desorientado ingresaba pidiendo un peinado flogger y se iba, sin chistar, con una cabellera como para entrar en la colimba.
Ayer estuve en lo de Osvaldo, mi peluquero, y para mi sorpresa había una mujer sentada en el sillón. Instintivamente busqué un innecesario cartel que dijera que se trataba de un establecimiento exclusivo para caballeros y niños, pero no encontré nada. Saludé e hice un chiste sobre lo mal que andaba Boca, pero Osvaldo me respondió con una fría sonrisa, estaba demasiado ocupado con la mujer, que rondaba los 45. Para mi mayor indignación, ¡hasta estaban charlando! Me sentí traicionado, ni siquiera podía meter bocado en la conversación. Hablaban de los jugadores y las modelos, un tema unisex, pensé, intercambiaban visiones y yo, con menos reacción que el potus que decoraba el local. Calculo que quedé como un ganso, primero carraspeé la voz para llamar la atención y luego me largué a opinar, al fin y al cabo, había ido a la peluquería, pagaba para que me pasen la maquinita y para soltar un par de bobadas a un oído complaciente. “Acá el problema es que se acabaron los wines, se juega mal en todas las canchas y los jugadores se preocupan más por el pelito que por la pelota” sentencié con un tono docente y terminante. “Me parece que estás atentando contra el laburo de Osvaldo, hoy en día el pelo es importante, vos porque te rapás así nomás, para hacer un poco más digna la pelada, pero una buena presencia ayuda”, me atacó, sin miramientos la clienta poniéndose a su favor a MÍ peluquero. Me dejó como en misa, sin habla y con la cola en las patas. “Paso más tarde, Osvaldo” dije. “Por eso no voy más a las peluquerías de mina, siempre hay que esperar y, en definitiva, es lo mismo, ¿o las tijeras son distintas?…” acotó, a modo de justificación la usurpadora.
Deambulé por las calles, no podía meterme en un coiffeur para damas, no estaba para tolerar más ofensas. Pasé por casa y me llevé al mayor de los chicos. Encaré para la peluquería de los pibes, con la excusa de llevarlo a él, me senté en un cochecito, vi una película y me pasaron la maquinita como a mí me gusta. Mientras le cortaban a mi hijo, de yapa, jugué a la playstation y comí unos caramelos. Eso si es de machos.
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