Quise ver Avatar y me enchufaron Los Pitufos.
por Ignacio Lafferriere
Animado por comentarios de amigos y conocidos quise ver Avatar, no sabía bien de qué se trataba, solo que había “unos chabones azules”, según escuché decir a un adolescente en el 152, rumbo al centro.
Pensaba ir al cine, dejar a los chicos con la abuela, e ir con Roxi, la patrona a una buena sala, verla en 3D con los anteojitos inclusive. Hasta que apareció, como siempre, ese “consejero ocasional” que nos cambia todo. “¿Al cine vas a ir? Es tirar la guita… Con lo que valen las entradas te comprás la colección entera de Rocky en DVD. Si tenés una tele grande y un equipo surround, comprátela trucha”, ante semejante solidez argumental, me quedé sin palabras para refutarlo. “Es que a mí me gusta ir al cine… sentarme ahí, los pochoclos… soy un romántico” dije. “Si vas, sos un nabo” me respondió, triturando mi fingido amor por el séptimo arte.
Acepté el consejo y al bajarme el viernes por la noche del colectivo en Santa Fé y Pueyrredón me topé con un paño en la vereda repleto de películas. No soy un especialista en la compra de DVDs truchos y creo que se nota. Los vendedores ambulantes de estas copias piratas, he llegado a la conclusión, tienen un olfato especial, como tiburones que sienten la sangre, “a este gil le enchufo cualquier cosa” deben pensar con tan solo acercarme. A la hora de enfrentarlos me pongo nervioso porque sé que siempre me abrochan. Intenté hacerme el desinteresado, el que estaba de paso, “Capo, ¿tenés esa de los chabones azules?” pregunté emulando el lenguaje del chico del bondi. “¿Avatar? Tomá, a vos te la dejo en 25 pesitos”, me dijo dándome un sobre muy mal impreso con un disco adentro. Para colmo no se regatear, “¿25 pesos?” repliqué sorprendido, demorando la entrega del dinero intentando que me la rebajen pero el tipo ni se mosqueó. Le di 30 y me devolvió 5 caramelos, palitos de la selva con el papel pegado, estaba sin cambio.
Llegué a casa, dormimos a los chicos y a eso de las 11 de la noche, destruidos, nos sentamos a ver “La Peli” que le había anunciado con bombos y platillos a mi mujer. Ella tampoco estaba muy entusiasmada de verla en video pero la convencí, “por la mitad de la guita la tenemos para siempre, la podemos prestar, alquilar, ver de vuelta, colgarla del espejito o al lado de la chapa del auto…”. Nos sentamos en el sillón (que una hora antes había vomitado el menor de mis hijos), en lugar de pochoclos nos peleamos por los caramelos pegoteados y las tres criollitas que quedaban, casi deshechas, en el paquete. Apreté play y arrancó “Avatar”. Con las primeras imágenes nos dimos cuenta que algo andaba mal, los famosos efectos especiales no estaban, solo vimos unos dibujos animados, bastante rústicos, por cierto. “Me parece que te cagaron, estos son los Pitufos”, me soltó mi mujer cuando Pitufina acaparó la pantalla, casi burlándose de mi desdicha. Saqué el disco, me puse las zapatillas y fui corriendo a buscar al estafador. Lo enganché guardando el paño, a punto de irse. “Loco, ¿me viste la cara, vos?” lo encaré de mala manera. “¿Qué pasó, campeón? ¿No te la lee tu equipo?” se hizo el distraído. “¡Me diste una de los Pitufos!” repliqué iracundo. “Te di la versión original, creí que entendías algo de cine… Avatar es una remake, ¿no sabías? Estos yankees hacen la reversión de todo… dejámela si querés, te la cambio por otra…” me apuró extendiendo su mano. “Deja flaco, ¿sabés qué? soy un romántico, a mi me gustan los clásicos… Casablanca, el Padrino, esa onda… me la quedo”. Cuando volví Roxi dormía. Me senté frente a la tele y la vi entera, y la verdad, digan lo que digan Gargamel está para el Oscar.
Pensaba ir al cine, dejar a los chicos con la abuela, e ir con Roxi, la patrona a una buena sala, verla en 3D con los anteojitos inclusive. Hasta que apareció, como siempre, ese “consejero ocasional” que nos cambia todo. “¿Al cine vas a ir? Es tirar la guita… Con lo que valen las entradas te comprás la colección entera de Rocky en DVD. Si tenés una tele grande y un equipo surround, comprátela trucha”, ante semejante solidez argumental, me quedé sin palabras para refutarlo. “Es que a mí me gusta ir al cine… sentarme ahí, los pochoclos… soy un romántico” dije. “Si vas, sos un nabo” me respondió, triturando mi fingido amor por el séptimo arte.
Acepté el consejo y al bajarme el viernes por la noche del colectivo en Santa Fé y Pueyrredón me topé con un paño en la vereda repleto de películas. No soy un especialista en la compra de DVDs truchos y creo que se nota. Los vendedores ambulantes de estas copias piratas, he llegado a la conclusión, tienen un olfato especial, como tiburones que sienten la sangre, “a este gil le enchufo cualquier cosa” deben pensar con tan solo acercarme. A la hora de enfrentarlos me pongo nervioso porque sé que siempre me abrochan. Intenté hacerme el desinteresado, el que estaba de paso, “Capo, ¿tenés esa de los chabones azules?” pregunté emulando el lenguaje del chico del bondi. “¿Avatar? Tomá, a vos te la dejo en 25 pesitos”, me dijo dándome un sobre muy mal impreso con un disco adentro. Para colmo no se regatear, “¿25 pesos?” repliqué sorprendido, demorando la entrega del dinero intentando que me la rebajen pero el tipo ni se mosqueó. Le di 30 y me devolvió 5 caramelos, palitos de la selva con el papel pegado, estaba sin cambio.
Llegué a casa, dormimos a los chicos y a eso de las 11 de la noche, destruidos, nos sentamos a ver “La Peli” que le había anunciado con bombos y platillos a mi mujer. Ella tampoco estaba muy entusiasmada de verla en video pero la convencí, “por la mitad de la guita la tenemos para siempre, la podemos prestar, alquilar, ver de vuelta, colgarla del espejito o al lado de la chapa del auto…”. Nos sentamos en el sillón (que una hora antes había vomitado el menor de mis hijos), en lugar de pochoclos nos peleamos por los caramelos pegoteados y las tres criollitas que quedaban, casi deshechas, en el paquete. Apreté play y arrancó “Avatar”. Con las primeras imágenes nos dimos cuenta que algo andaba mal, los famosos efectos especiales no estaban, solo vimos unos dibujos animados, bastante rústicos, por cierto. “Me parece que te cagaron, estos son los Pitufos”, me soltó mi mujer cuando Pitufina acaparó la pantalla, casi burlándose de mi desdicha. Saqué el disco, me puse las zapatillas y fui corriendo a buscar al estafador. Lo enganché guardando el paño, a punto de irse. “Loco, ¿me viste la cara, vos?” lo encaré de mala manera. “¿Qué pasó, campeón? ¿No te la lee tu equipo?” se hizo el distraído. “¡Me diste una de los Pitufos!” repliqué iracundo. “Te di la versión original, creí que entendías algo de cine… Avatar es una remake, ¿no sabías? Estos yankees hacen la reversión de todo… dejámela si querés, te la cambio por otra…” me apuró extendiendo su mano. “Deja flaco, ¿sabés qué? soy un romántico, a mi me gustan los clásicos… Casablanca, el Padrino, esa onda… me la quedo”. Cuando volví Roxi dormía. Me senté frente a la tele y la vi entera, y la verdad, digan lo que digan Gargamel está para el Oscar.
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